domingo, 1 de noviembre de 2015

La Diosa Vasca Mari



MARI es la deidad principal de la mitología vasca, conocida en todos los rincones de Euskal Herria. Es la figura central del panteón mitológico vasco, la manifestación de las fuerzas de la naturaleza divinizadas. Pero no en el sentido de divino tal como lo entienden las grandes religiones patriarcales, sino en el sentido de sagrado de los pueblos indígenas. Todos los seres y ciclos naturales no son mas que distintas expresiones de una misma cosa, de Mari. Mari constituye un todo con la naturaleza, su  imagen arquetípica simboliza una cosmovisión naturalista, muy anterior a las grandes religiones patriarcales, abarcando los tres reinos (mineral, vegetal y animal) y los cuatro elementos fundamentales: tierra, aire, agua y fuego.

    Todos los demás seres y genios están supeditados a ella y constituye un excepcional nexo con la cosmovisión originaria de los primitivos europeos, los europeos indígenas. Símbolo o personificación de la Madre Tierra (Lurra) y se trata de una divinidad de carácter femenino que adopta en el exterior la forma de una bellísima y elegante señora, quintaesencia de la coquetería femenina.

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 MARI es un divinidad ctónica (subterránea) y como tal divinidad subterránea, vive bajo tierra, en cuevas y grutas de altas montañas, metamorfoseando (“multiapariencia” ª) en genios y animales  procedentes del inframundo (del interior de la tierra). Toma figuras zoomórficas en sus moradas subterráneas, en las que es frecuente que muestre parte de sus extremidades de forma animal (pies de cabra, o de ave) o se presente como toro, macho cabrio (Akerbeltz es su animal preferido), novillo rojo, caballo serpiente, buitre, etc. y en cambio, en el exterior, en la superficie de la tierra y en la entrada de las grutas cuanto se presenta ante el ser humano, toma forma de bella mujer. Cuando viaja por los aires, es observada rodeada de fuego, en forma de nube roja, media luna o hoz ígnea, ráfaga de viento, etc. Rodeada de riquezas, con la magnificencia y suntuosidad que corresponden a su cargo y persona, cuando hablamos de la calidad de sus útiles personales, así como el mobiliario de su ajuar doméstico, tenemos que hablar siempre de oro macizo. Los “Zezengorri” o “Behigorri”, toros salvajes autóctonos de la zona, eran los encargados de proteger los tesoros de las grutas donde moraba la diosa.

     Resulta demasiado obvio como para ignorarlo, la vinculación de su esencia ctónica (subterránea) con el paleolítico  y las expresiones artísticas y culturales de las cuevas prehistóricas del cantábrico y el Pirineo, donde la cueva se concibe como entrada al útero de la Madre-Tierra, lugar donde se gestan todas las criaturas vivientes.

     No puedo sino transcribir la explicación de Andres Ortiz-Osés, sobre el posible origen paleolítico del mito de Mari:
             “El trasfondo arquetípico de la mitología vasca hay que inscribirlo en el contexto de un Paleolítico dominado por la Gran Madre, en el que el ciclo de Mari y sus metamorfosis ofrece toda una simbología típica del contexto matriarcal-naturalista. De acuerdo con el arquetipo de la Gran Madre, esta suele encontrarse relacionada con los cultos de fertilidad, como en el caso de Mari, quien es  la hacedora de lluvia o pedrisco, aquella de cuyas fuerzas telúricas dependen las cosechas, la vida y la muerte, la suerte (gracia) y la desgracia.
           Mari no es sino la proyección de una experiencia primigenia: la experiencia vivida bajo el misterio del embarazo femenino, de la alimentación y cocción femeninas, de la magia curativa de la mujer, del hogar como centro de la casa. Mari no solamente es la epifanía de Ama Lur (La madre Tierra/naturaleza y sus fuerzas personificadas) sino que  representa el ordo natural, cuyas redes teje y desteje en las astas de su carnero. A esta divinidad máxima vasca se le ofrenda simbólicamente el carnero, animal sagrado por excelencia, cargado de valores curativos y mágicos […] Mari representa el arquetipo matriarcal predominante en el Paleolítico […] La Gran Diosa vasca Mari es claramente el símbolo de la  Vida, la naturaleza y sus fuerzas telúricas”.
                                             Andrés Ortiz-oses,  “El Matriarcalismo vasco”

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  Se desplaza, de vez en cuando, al exterior a través de simas, cavernas y pozos. Tal como hablamos de multi-apariencia podemos hablar de multi-situación o multi-ubicación, pues Mari acostumbra a cambiar de morada a menudo y, una vez fuera, se traslada por el aire visitando sus varias moradas en las sierras montañosas de nuestros lares, tal es así, que se le atribuye una morada en casi todas las montañas de nuestro agreste país. Las más conocidas son en el monte Amboto, Oiz, Mugarra, Aizkorri, Aralar y Murumendi. A MARI se le conoce con numerosos nombres, “Maya”, “Leseko-Andre” o “Ioana-Gorri”, si bien lo común es, que en cada comarca, su nombre vaya unido al del monte o paraje en el que se cree habita, “Aralarko Damea” (la Dama de Aralar) o “Anbotoko Sorgiña” (la Bruja de Amboto). Personalmente siempre la he conocido como“Ambotoko Dama” (la Dama de Amboto), desde que me enamore de ella en mi juventud, nombre con el que se le conoce habitualmente en Bizkaia. En Oñate se dice que cuando MARI reside en el Amboto, llueve copiosamente. Así pues, el monte Amboto, adquiere la categoría de famosa montaña mitológica por ser la morada de MARI.

     Es la reina del resto de genios que le acompañan, usualmente en forma de animales. Su imagen (como la de otras muchas tradiciones) varía según el pueblo o zona geográfica que la describe. MARI puede aparecer portando en sus manos un palacio de oro, sobre un carro que vuela tirado por cuatro caballos, como una mujer en llamas que cruza el aire, puede estar montada sobre un carnero, como una mujer grande cuya cabeza aparece rodeada por la luna llena, etc. También se dice que adopta formas de animales cuando habita las regiones subterráneas donde mora. Estas comunican con cuevas o simas donde ella se aparece más a menudo.

     Genio, diosa ó diablo, preside las tormentas y derrama lluvia abundante para fertilizar la tierra, o castiga los pueblos con pertinaz sequía. Así pues, Mari somete la naturaleza entera a su voluntad, ella misma es la naturaleza misma o una personificación de ésta, dominando los fenómenos climatológicos, carácter fundamental en un país eminentemente agrícola.

   En algunas leyendas aparece con un acompañante masculino subordinado, SUGAAR, serpiente macho (también llamado Maju o Herensuge), y cuando ambos se juntan en sagrada unión o “mixis”, se desatan violentas tormentas. En esta dualidad cósmica que siempre acompaña a la figura de Mari, Sugarr representa las fuerzas masculinas celestes simbolizadas arquetípicamente como una serpiente-rayo-dragón.

     Esta simbología se fundamenta en el hecho de que para nuestros antepasados, la unión sexual entre el Padre Cielo y la Madre Tierra se producía durante las tormentas, ya que de dicho encuentro surgía la lluvia seminal que fecundaba las cosechas. Y en este apareamiento cósmico, el rayo representaba el poder fertilizador del principio masculino celeste que penetraba por las simas y cavidades uterinas. Este fenómeno atmosférico fue interpretado por nuestros ancestros como una serpiente-rayo o dragón (relacionado con los elementos masculinos fuego y aire).

      Sugaar , al igual que el joven dios de las cosechas de tiempos neolíticos, debe ser entendido en última instancia como una emanación de la propia Diosa (símbolo del Todo) que le permite a ésta autofecundarse (Diosa partenogénica). Un ejemplo de este arcaico simbolismo lo encontramos en  el mito de la creación de los pelasgos, recompuesto por Robert Graves y en el que la Diosa Eurínome crea a la serpiente Ofión a partir de si misma.


     Pues bien, la etimología de Sugaar  es sumamente esclarecedora y a la vez polivalente: Por un lado puede ser ”suge” (serpiente) +”ar” (macho), pero otros autores también sugieren “su” (fuego) + “gar” (llama). También en su acepción como suarra,  obtenemos “su” (fuego) y”harra” (gusano).
    Estos relatos en torno a los amantes Mari y Sugaar pueden considerarse como una reliquia de la Europa primigenia, ya que conservan aún el simbolismo original del personaje del dragón como amante de la Madre Tierra y lo relacionan directamente con las celebraciones del Matrimonio sagrado neolítico. Por eso, en muchas leyendas europeas, incluidas las vascas, el dragón aparece vinculado al interior de una cueva, que representa para los pueblos primitivos el útero de la Diosa-Madre dónde se unen los dos principios que originan la vida. Más tarde, el cristianismo católico calificaría este encuentro entre amantes como un rapto del dragón, creando nuevos mitos en el que el original representante del principio masculino de fertilidad era asesinado y sustituido por el nuevo héroe caballeresco patriarcal.

    Finalmente, volviendo de nuevo a ese banco de datos sobre la cosmovisión indígena europea que es el euskera, podemos entender un poco más el simbolismo arquetípico que contiene la “relación” entre Mari y Sugaar, apoyándonos en el trabajo previo del escritor Jakue Pascual. Pues bien, en euskera la palabra relación se dice “harreman”0, compuesta en su etimología básica por “ar” (masculino) “eme” (femenino), pero que también podemos interpretar desde la manifestación dinámica de estas dos energías, así tenemos: “Har” (tu) del verbo “coger, tomar” y “eman”, del verbo “dar, ofrecer”. Encontramos pues, en la etimología de esta palabra, una hermosa síntesis lingüística y filosófica de las dos polaridades energéticas de la naturaleza, cuya complementariedad (harreman) conforman la unidad primordial de todas los seres y procesos naturales. En palabras de Jakue Pascual: de la infinita representación de la implosividad y expansividad de la forma primigenia que simboliza el lauburu, (símbolo ancestral del pueblo vasco).


    Por tanto, y si proyectamos este concepto a las “relaciones” humanas, tenemos que para nuestros ancestros creadores del idioma y de la cosmovisión vasca, la  armonía entre las personas se basaba en el equilibrio entre el “dar” y el “recibir”, entre ar y eme, entre lo masculino y lo femenino. Esta es la analogía contenida en las ceremonias del “Matrimonio sagrado” neolítico (hierogamia) en las que sus ritos se ocupaban tanto de armonizarse con las fuerzas duales de la naturaleza (femenino-terrestre y masculino-celeste) como con las “relaciones” humanas entre el hombre y la mujer. Y esto es, en definitiva, lo que simboliza y enseña la relación entre Mari y Sugaar: la armonía y complementariedad entre las dos polaridades de la naturaleza, lo que en la tradición alquímica se denomina andrógino sagrado.

Txema Hornilla, “Los héroes de la mitología vasca”
     Otra leyenda dice que se casó con un mortal de Beasain que trató de bautizar a sus hijos. Como ella no era cristiana, se negó a bautizarlos y desapareció envuelta en llamas regresando a las peñas del Murumendi.

     En la mayoría de leyendas tiene dos hijos: Atarrabi y Mikelats, el primero bueno y arquetipo de cristiano, acabo haciéndose cura, el segundo malvado y arquetipo de pagano, se fue a una recóndita cueva donde Etsai (el Diáblo) formaba a sus acólitos.

           En primer lugar esto nos cuenta un poco más de Mari, a través de sus retoños. Lo primero que nos dice es que Amalur, siendo fuente de todo, también es fuente del bien y del mal, y que por ende está por encima de cualquier concepto de dualidad. Está más allá de lo mortal, pero también más allá de lo inmortal, siendo Diosa, es en raíz más que Diosa y siendo humana (o con capacidad para procrear con humanos, como nos cuenta la leyenda en la que tiene un hijo con Don Diego López de Haro, señor de la Villa de Bilbao) es también más que humana.
        Además, de Mari nos dice como ella conserva su posición como soberana, siendo su hijo Atarrabi el arquetipo del cristianismo, y Mikelatz el arquetipo de Paganismo, Mari nos confiesa los vehículos mediante los cuales apadrina (amadrina, en realidad) ambas espiritualidades, aparentemente en conflicto, pero complementarias para ella, de una forma que ya he ejemplificado más arriba. Mari, inteligentemente, crea un vehículo, Atarrabi, mediante el cual conservar su existencia aun con el cristianismo derramando agua consagrada por los antiguos lugares de culto. Su sangre corre por las mismas venas de los paganos (Mikelatz) y de los cristianos (Atarrabi) y así Mari se vuelve a auto-perpetuar sin necesidad de hombre. No se tiene que casar con el hombre extranjero, pues gracias a Sugaar, la serpiente macho, es capaz de crear a sus dos hijos, manteniendo la independencia y reafirmando su existencia.”

                                                                       Jack Green, “La Diosa Mari”

    MARI desata tempestades, pero no siempre es fuente de temor y ayuda a quienes creen en ella. Con frecuencia la gente se dirigía a ella en busca de consejo como en una ocasión en la que un hombre acudió hasta su cueva del Amboto para pedirle consejo porque su ferrería no funcionaba, y esta le dio certera solución. A veces hace de oráculo, hilando la madeja del destino, dentro de su cueva, frecuentemente sobre los cuernos de Aker, su fiel numen servidor. Hilo del destino (a veces de oro), símbolo de los caminos de la vida, que Mari corta, cose o une a su libre albedrío.

     El oficio de hilandera y tejedora, típicamente femenino y tan frecuente en las leyendas vascas, permitía a las mujeres de antaño reunirse durante horas sin presencia masculina. Estas reuniones servían para mucho más que simplemente coser y establecía fuertes vínculos entre las mujeres de cada valle. Txema Hornilla argumenta que algunos ritos de carácter femenino pudieron estar relacionados con este oficio.

    Pero existía un protocolo al acudir a casa de MARI que consistía en tutearla siempre, no sentarse nunca, aun cuando ella invitase a hacerlo y salir de la cueva de la misma forma en que se había entrado, normalmente caminando hacia atrás.

    MARI condena la mentira, la jactancia, la falta de ayuda al prójimo y el robo (castiga quitando el objeto del robo). Si son pastores suele llevarse un carnero, pero su castigo más ruidoso es el pedrisco, que lanza ella o su hijo Mikelats desde el mundo subterráneo. Se decía que  abastecía sus arcas a cuenta de aquellos que niegan lo que es y afirman lo que no es, “ezagaz eta baiagaz”, “lo dado a la negación la negación lo lleva” (Ezaí emana, eak eaman; Ezagaz eta baiagaz bizi emen da).  Faltar a la palabra, al otro, a la tribu, es ser maldito por romper la ley de los antepasados (mairuak). El compromiso con la propia tierra, con los seres humanos fruto de ella, es ineludible.”

     El culto a MARI se manifestaba en una serie de costumbres: obsequiarla con un regalo al año, (frecuentemente un carnero), lanzar piedras al interior de las cuevas diciendo estas palabras: “Au iretzat eta ni Jainkoarentzat”, «esto para ti y yo para Dios». En Aralar los pastores practicaban esto mismo, echando piedras en los dólmenes de Obioneta y Ziñeko-gurutze, operación que era considerada como una oración.

En la planicie de Gaztelueta en la Sierra de Aralar hay un túmulo formado por piedras arrojadas por la genteen la noche de plenilunio o luna llena. Quien hace anualmente un obsequio a Mari no verá caer pedrisco sobre su cosecha (creencia de Kortezubi). El mejor obsequio que se le podría hacer era sin duda llevar a su cueva un carnero.

     Según dicen, en una ocasión el párroco de Mugiro (Nafarroa) fue a celebrar misa en la misma sima de MARI y, si durante la misa, MARI se encontraba en ella ya no granizaba en el lugar durante un año.

    Existían charcas sagradas, como una que existe cerca de Ujué y otra que existe junto al castillo de Javier, en las que hacían lo mismo las mujeres que deseaban tener hijo. También se depositaban monedas en las cuevas habitadas por los númenes, así se han encontrado monedas romanas e íberas en muchas de ellas.

     En Ispazter, al aparecer la cumbre del Otoio coronada de nubes, decíase frecuentemente: “ Marie labakok labakoa Darko da euria eingo dau laster” (Mari la del horno cuece el pan y pronto ha de llover) según datos recogidos por Barandiaran en dicho pueblo, en 1921. “Damizilo”, caverna de la Dama es una cueva  de Ispazter.

    Otra leyenda narra que una muchacha de un caserío, también Mari de nombre, se pasaba las horas peinándose, harta la madre de su indolente actitud le grito un día: ¡Ojala que te lleven mil rayos! , al instante la hija desapareció. MARI la mantiene cautiva  a causa de la maldición de su madre.


  
 MARI, como sacerdotisa (sorgin), rige la conducta de los seres humanos, defendiendo, sobre todo, la obediencia a la madre e, igualmente, educa y transmite conocimientos (misterios) a la mujer.
      “Mari, la diosa ancestral, suele llevar cautiva a una jovencita y la retiene por un tiempo en su cueva, enseñándole a hilar y desvelándole ciertos secretos. Nos hallamos frente al arquetípico esquema de la iniciación femenina, con la reclusión de la novicia en un lugar donde no ha de ver el Sol y en conexión, por tanto, con el simbolismo de la Luna como artesana del tiempo y tejedora de la existencia, concebida ésta a modo de laberinto, como un intrincado cruce de caminos (posibilidades de ser) sobre el que se cierne el destino. No en vano la tela de araña, imagen perfecta de este concepto, se llama en euskera “amama sare” , es decir, red de la abuela ( o lo que es lo mismo, red de los ancestros femeninos).”

      Txema Hornilla, “Zamalzain el chaman y los magos del carnaval vasco”

   Sin ánimo de repetirme creo conveniente, por su evidente importancia, resumir y sintetizar las características de nuestra principal deidad, de nuestra Diosa Madre (de la mano y pluma de Andrés Ortiz-Oses):
* Mari es nuestra antepasada totémica, la proyección mítica de la comunidad vasca considerada totémicamente como femenina, reflejando claras relaciones matriarcales.
* El principal numen vasco posee los medios mágicos, tiene carácter de Sierpe engullidora, raptora de almas, (como la Sierpe mítica).
* Mari es la Maga euskara: sus propios nombres y funciones la hacen Maga, Hechicera, Encantadora y Bruja.
* Como espíritu-guardian, tiene afiliación y metamorfosis en el mundo vegetal y animal (“Basoko Mari”, Mari del bosque, de sus árboles y animales). También con el mundo mineral, con sus cuevas sagradas. Finalmente, aparece como dueña de las aguas y de la fertilidad-fecundidad.
* Es la madre de los elementos. Posee las llaves del sol, el viento, las aguas y la tierra.
* También posee los saberes mágicos sobre la animales (caza) y sobre la agricultura primitiva, posteriormente usurpada por héroes cristianos “listillos”.
* Es señora del Destino y de la Muerte. Como guardiana de jefa del inframundo, no solamente es la específica divinidad lunar y nocturna, sino albergadora de las almas de los antepasados. Ella misma vive del “no” , la “negación”, el “envés”, es decir “la otra cara” de las cosas: la muerte, la negatividad, oscuridad y nocturnidad.
* En su ritual de peinar y atusar su cabellera con peine de oro, MARI construye y desconstruye el mundo, habitando su oquedad, su vacío y “el lado del espejo”.
* Como iniciadora mítica o primera Heroína cultivadora ofrece el más prototípico carácter de regeneración. Ella misma dona sus poderes y medios mágicos de tipo iniciático: fetiches, amuletos, oro y ciencia.
* Su antro alberga oro, piedras preciosas y talismanes, objetos todos mágicos que remiten al otro mundo, como ámbito de iniciación y confrontación con la muerte. Su antro–cueva representa por sí mismo un lugar de ida y vuelta, de transmutación y transformación, de regeneración, en suma. “Topos” sagrado de vida y muerte, muerte y renacimiento. Su cueva, como el Hades olímpico, señor del mundo subterráneo que alberga a los muertos, es lugar-límite, prohibido y transgredido a la vez

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