Desde hace milenios este motivo se graba en
la roca o en el barro, se pinta sobre cerámica, se crea con piedras en
el suelo o se dibuja en antiguos manuscritos.
Se pueden encontrar laberintos en antiguas
monedas cretenses, en jarrones etruscos, en tumbas sicilianas, en
anillos de oro indonesios, así como también en las joyas de los indios
de Norteamérica.
Se tallaron laberintos sobre rocas
españolas, inglesas y rusas, se dispusieron como mosaicos en el
pavimento de las catedrales francesas y se utilizaron en la decoración
de templos indios y de las mezquitas paquistaníes.
También se recortaron en el césped de
jardines ingleses y alemanes y se revistieron de piedra en Escandinavia,
Rusia, India y Norteamérica, por poner sólo unos ejemplos.
El mito del laberinto está en lo más profundo de la naturaleza humana.
En el origen de los tiempos, perdida ya
la facilidad del instinto animal para encontrar los caminos de la
Naturaleza y afrontar sus peligros, el hombre creó el arquetipo del
laberinto que aparece en leyendas mitológicas y ritos religiosos de
numerosas culturas antiguas y primitivas a lo largo y ancho del mundo,
reflejo del miedo ancestral y de la desorientación que el ser humano
experimentó ante la naturaleza hostil y, como ser racional, también y
fundamentalmente, miedo ante la vida.
En todas las culturas el laberinto está compuesto por un espacio
perfectamente definido, de calculada geometría, pero engañoso por sus
múltiples posibilidades y por la similitud de los elementos que lo
conforman.
El laberinto recrea la variedad infinita
de los bosques en su monótona similitud, los enredos de los senderos de
las montañas, las vueltas y revueltas de lo desconocido, las estrellas
del firmamento, que son a un tiempo ayuda y desvío de los navegantes, y
para la que el hombre, sin embargo, encontró el orden absoluto e
intrincado en el laberinto de las constelaciones.
El laberinto es también y quizás más que
ninguna otra cosa, símil perfecto de la vida misma, con sus
posibilidades, sus riesgos y su orden íntimo y sutil.
El laberinto, al contrario que la
naturaleza, o que la vida, se cierra en sí mismo, es abarcable, está
hecho por el hombre como un teatro del mundo, y es en su centro donde se
haya la respuesta, el mecanismo del sistema para hallar el tesoro, o la
salida o la libertad.
Está
claro que el símbolo del laberinto guarda estrecha relación con la
muerte, como lo atestiguan la tumba del rey Porsenna y la de Luzzanas.
Los laberintos circulares son similares a
las espirales que aparecen grabadas en muchas tumbas prehistóricas,
como el espiral triple de la galería funeraria de Newgrange, Irlanda. Es
posible que los laberintos fueran mapas del mas allá, para que el alma
en tránsito supiera qué camino seguir. En tal caso serían símbolos de la
muerte, pero de igual forma podrían haber simbolizado la reencarnación,
pues si el alma es capaz de llegar al centro del laberinto, puede
también volver a la salida y renacer.
Numerosos rituales muestran esta relación del laberinto con la muerte y el renacimiento.
En la lejana isla de Melekula, perteneciente a las nuevas Hébridas, hubo un laberinto trazado en la arena denominado El Camino.
El
espíritu de todo hombre difunto tenía que recorrer este camino a la
tierra de los muertos, y en él encontrar el espíritu guardián femenino.
Cuando un alma se aproximaba, su protectora borraba parte del camino,
obligando al espíritu a recomponer el itinerario para continuar su viaje
y poder renacer en una nueva vida.
Mientras tanto, en Europa, los ritos laberínticos adoptaban a veces la forma de danza.
En Inglaterra se utilizaban laberintos
de hierba en los festivales primaverales de pascua y del 1 de Mayo,
celebraciones del renacimiento, aunque se desconoce la naturaleza exacta
de tales rituales.
Sin embargo, en Escandinavia se
recuerdan algunos juegos llevados a cabo en laberintos de piedra
relacionados con el retorno de la fertilidad en Primavera.
En Finlandia y Suecia existen varios
laberintos donde los jóvenes debían ingresar con el fin de rescatar a
una muchacha aprisionada en el centro. Estos laberintos se les llamaban a
veces Jungfraudanser o danzas de la Virgen.
En una pintura mural del siglo XV
existente de la iglesia de Sibbos, Finlandia, se ve un laberinto con una
figura de mujer en el centro.
Este tema, el rescate de la mujer
encerrada en un laberinto, aparece también en el mediterráneo y en la
India y es indudable que en estas zonas el laberinto guardaba relación
con los ritos primaverales de fertilidad.
En el antiguo Egipto, el laberinto era
el camino sinuoso que tomaban los muertos en su viaje de la muerte a la
resurrección, guiados por Isis.
Sin embargo, según Waldemar Fenn, ciertas representaciones de laberintos circulares o elípticos, de grabados prehistóricos, como los de Mogor, en Pontevedra, han sido interpretados como diagramas del cielo, es decir, como imágenes del movimiento aparente de los astros.
Esta noción es perfectamente válida,
pues el laberinto de la tierra, como construcción o diseño, puede
reproducir el laberinto celeste, aludiendo los dos a la misma idea
(pérdida del espíritu en la creación, la ‘caída’ de los neoplatónicos y
la consiguiente necesidad de encontrar el ‘centro’ para retornar a él).
Los siete circuitos del
laberinto clásico también se han asociado con las siete notas musicales y
con los siete chakras del cuerpo.
Chakra es una palabra hindú que
significa “ruedas de la luz”. Se trata de vórtices de energía
que conforman el campo energético de nuestro cuerpo y nos proporcionan
información sobre el mundo que nos rodea.
Dado que cada chakra está relacionado
con una función psicológica específica, lo que proyectamos a través de
cada uno de ellos estará dentro del área de funcionamiento de dicho
chakra y será algo muy personal, ya que la experiencia vital de cada
persona es única.
Algunos autores interpretan los
laberintos como un emblema del camino hacia Jerusalén; otros creen que
servían para efectuar peregrinaciones, recorriendo los fieles descalzos o
de rodillas, las líneas marcadas en el suelo, en compensación de alguna
ofrenda de peregrinación que por cualquier causa no pudieran realizar.
Un buen ejemplo de esto lo encontramos en el laberinto de Chartres,
cuya longitud es de 260 metros, al igual que el camino que realizó
Jesucristo desde la corte hasta el Gólgota, y cuyo centro simboliza
Jerusalén.
“Los constructores de las catedrales clásicas utilizan las más monumentales
de las firmas para dar a conocer su participación descollante en la
obra: es la forma del “laberinto” que se inscribe en el piso de la nave
central. Algunas veces se ha supuesto que los giros del laberinto
también pudieran tener un sentido místico, pero lo ignoramos”
Jantzen
“Se ha
hablado mucho de simbolismo a propósito de esos laberintos. Y esta fuera
de duda que sea un símbolo alquímico, pero no puede dejarse de notar
que el laberinto de Chartres (como tampoco el de Amiens o, antaño, el de
Reims) no es, hablando con propiedad, un laberinto, en el sentido en
que es imposible extraviarse en él, pues no tiene mas que “un camino”
que conduce al centro. Lo cual indica que se tiene especial empeñó en
que las gentes que se encaminan por el “dédalo” sigan por un trazado
determinado; que recorran un camino y no otro. Y ese camino debía ser
recorrido a un ritmo, según un ritual. Pero el caminar ritual no es
caminar; ¡es danza! El hombre llegado al centro del laberinto, tras
haberlo recorrido ritualmente, tras haberlo “danzado”, será un hombre
transformado y, que yo sepa, en el sentido de una apertura intuitiva a
las leyes y armonías naturales; a las armonías y a las leyes que él
quizás no comprenderá, pero que sentirá dentro de sí, de las que se
sentirá solidario y que serán para él el mejor test de verdad, como el
diapasón es el test del músico”
Charpentier
” Muy a
menudo el hombre se encuentra así mismo. El conocimiento ulterior es el
de uno mismo, la comprensión del propio yo, reflejado en el propio
conocimiento. Allí reside la razón profunda de que en el fondo del
laberinto figure muchas veces un espejo, para que el hombre, al llegar
por fin a la meta de su peregrinación, descubra que el último misterio
de la búsqueda es él mismo”
Santarcangeli
El laberinto es un camino de oración para todas las personas que buscan lo divino, independientemente de la tradición profesen.
El sinuoso camino que conduce al centro
de un laberinto sirve de espejo para reflejar el movimiento del
Espíritu en nuestras vidas.
El laberinto clásico tiene un
solo camino. No hay trucos ni callejones sin salida. Recorrer un
laberinto con mente y corazón abiertos puede llegar a tocarnos el Alma y
liberar nuestras alegrías, así como nuestras miserias.
Las tres fases del recorrido laberíntico son:
1: Entrando en el laberinto
Liberación: permite dejar ir, calma la mente. Nos invita a entregarnos y abrirnos.
Es el momento de estar atento a lo que pueda llegarnos.
2: Centro
Iluminación: Se recomienda permanecer en el centro hasta estar satisfecho.
Podemos pararnos, sentarnos, arrodillarnos o acostarnos. Podemos meditar o rezar.
Es el lugar para intentar conectar y descubrir nuestro sagrado espacio interior.
Estar abierto a recibir lo que ahí hay para nosotros: paz, claridad, despertar, una visión u orientación.
3: Saliendo del laberinto
Unión: Es este un tiempo para la comunión y reunión con uno mismo.
Llévate de vuelta al mundo cualquiera que sea la experiencia que este paseo te halla aportado.
¿Cuál es el sentido de la vida?
¿Cómo puede el hombre traspasar la muerte?
Y es, también, la manifestación material
de una búsqueda espiritual, aquella que trata de formar una unidad con
uno mismo y con el universo.
Fuente http://www.labolab.net
El laberinto más antiguo puede que se encuentre en tierras gallegas, es el laberinto de Mogor y creo que está datado de hace 3500 años mas o menos.
ResponderEliminarAlgún día lo visitaremos!! ;)
ResponderEliminarMucho me temo que son petroglifos. No se pueden recorrer, pero si existen réplicas que se pueden recorrer. En Zeanuri, se puede hacer un monográfico de laberintos. Nos podríamos animar a hacerlo.
ResponderEliminarGracias preciosa!
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